jueves, 16 de enero de 2014

Las cenizas de Sigmund Freud


Sigmund Freud fue un neurólogo , creador del psicoanálisis, un método para explorar nuestro inconsciente y traer a nuestro cociente palabras, actos, sueños, fantasías, deseos. El psicoanálisis se basa principalmente en las asociaciones libres. Hoy nos son familiares términos como consciente, preconsciente e inconsciente, el Ello, el Yo. el Superyó, libido, el desarrollo sexual infantil y sus etapas, entre otros muchos.

En un trabajo titulado "Nosotros y la muerte" Freud nos cuenta:


¿Cuál es, nuestra posición ante la muerte'? En mi opinión es muy asombrosa. En general, nos comportamos como si quisiéramos eliminar la muerte de la vida; en cierto modo queremos ignorarla como si no existiese; pensamos en ella como... «en la muerte». Esta tendencia no puede imponerse evidentemente sin alteraciones. 



No cabe duda de que la muerte se nos manifiesta de manera ocasional. Entonces nos sentimos profundamente conmovidos y perturbados en nuestra seguridad como si fuera algo insólito. Decimos: "¡Qué horror!" cuando, en su intrepidez, un aviador o un alpinista muere en accidente, cuando el derrumbamiento de un andamio entierra a tres o cuatro obreros, cuando en el incendio de una fábrica perecen veinte aprendizas o cuando se hunde un barco con varios cientos de pasajeros. Pero lo que más nos afecta es cuando le sobreviene la muerte a alguno de nuestros conocidos. Sin embargo, nadie podría deducir de nuestro comportamiento que reconocemos la muerte como una necesidad, que tenemos la firme convicción de que cada uno de nosotros deba una muerte a la naturaleza.


Sólo una persona dura o mala piensa en la muerte del otro. Personas más sensibles y más buenas, como todos nosotros, se resisten a estos pensamientos, especialmente cuando la muerte del otro podría proporcionarnos una ventaja en cuanto a nuestra libertad, posición o riqueza. Si la ocasión de que el otro se muere se ha producido no obstante, entonces lo admiramos casi como un héroe que ha logrado algo excepcional. Si habíamos tenido sentimientos hostiles, nos reconciliamos con él; hacemos callar toda nuestra crítica contra él: de mortuis nihil nisi bene, consentimos a gusto que en su lápida se graben alabanzas inverosímiles.

En cambio nos Sentimos totalmente indefensos cuando la muerte se lleva a las personas amadas, a los padres, al esposo, a los hermanos, a los hijos o los amigos; no dejamos que nos consuele nadie y nos negamos a sustituir por otro a aquel que hemos perdido. Nos comportamos entonces como una especie de Asra que muere cuando mueren aquellos que ama.

¿Cómo se comportó el hombre prehistórico frente a la muerte? Su posición frente a ella fue muy asombrosa, nada coherente, sino más bien bastante contradictoria. Pero pronto comprenderemos la razón de esta contradicción. Por un lado, el hombre prehistórico tomó la muerte en serio, admitiéndola como aniquilación de la vida y sirviéndose de ella en ese sentido. Por otro lado la negó, degradándola a nada. ¿Cómo es posible esto? La razón es que su posición frente a la muerte de un otro, del extraño, del enemigo, era radicalmente distinta de la posición frente a la suya propia. La muerte del otro le venia bien, la comprendía como aniquilación y deseaba ardientemente poder provocaría. El hombre primitivo era un ser apasionado, más cruel y malo que los otros animales. Ningún instinto le impidió matar y devorar otros seres de su misma especie, cosa que se sostiene acerca de la mayoría de los animales rapaces. El hombre primitivo mataba a gusto.

Lo que desencadenó la investigación del hombre sobre la muerte fue el conflicto de los sentimientos al producirse la muerte de seres queridos que también eran personas extrañas y odiadas. De este conflicto de los sentimientos surgió primero la psicología. El hombre primitivo no pudo seguir negando la muerte, ya que la había experimentado parcialmente por medio de su dolor, pero sin embargo no quiso reconocerla porque no pudo pensarse a si mismo como muerto. Así se metió en compromisos, admitió la muerte pero negó que fuese la aniquilación de la vida como la había pensado para sus enemigos.

Junto al cadáver de la persona querida inventó los espíritus, pensó en el desdoblamiento del individuo en un cuerpo y un alma, u originariamente en varias almas. Con la conmemoración de los difuntos se creó la idea de otras formas de existencia, para las que la muerte sólo era el comienzo, la idea de una continuación de la vida después de una muerte aparente. En un principio, estas existencias ulteriores sólo fueron apéndices de aquella que la muerte terminó, apéndices como sombras vacías de contenido y menospreciados que aún tenían el carácter de soluciones precarias

Sólo más adelante, las religiones lograron convertir esta existencia póstuma en la más apreciada y la plenamente válida, devaluando así la vida terminada con la muerte a una mera preparación. Por tanto, no fue más que coherente el prolongar la vida también al pasado, inventando las existencias anteriores, los renacimientos, la reencarnación y transmigración de las almas, todo ello con la intención de privar a la muerte de su significado de eliminación de la vida

Tal vez sabrán que tenemos un procedimiento de investigación con el que podemos averiguar lo que acontece en los estratos profundos del alma, escondidos a la conciencia, es decir, una especie de psicología submarina. Preguntemos pues: ¿cómo se comporta nuestro inconsciente frente al problema de la muerte? Y ahora seguirá eso que ustedes no creerán aunque ya no les resultará nuevo puesto que se lo he descrito hace un momento. Nuestro inconsciente tiene la misma posición frente a la muerte como el hombre prehistórico. En éste como en muchos otros aspectos, el hombre primitivo sigue sobreviviendo inalterado dentro de nosotros. Es decir que el inconsciente en nosotros no cree en la propia muerte. Se ve forzado a comportarse como si fuese inmortal.

Por otro lado aceptamos la muerte de extraños y amigos y la utilizamos contra ellos como lo hicieron los hombres primitivos. La diferencia sólo está en que no ocasionamos realmente la muerte sino que sólo la pensamos y la deseamos. Pero si ustedes dan crédito a esta realidad psíquica, pueden decir que en nuestro inconsciente todos seguimos siendo aún hoy en día una banda de asesinos.

En nuestros pensamientos silenciosos eliminamos a todos los que se interponen en nuestro camino, a los que nos ofenden o nos han perjudicado, a diario y en todo momento. El dicho «¡que se vaya al diablo!» que tantas veces se nos escapa como exclamación inocua y que en realidad significa «que se lo lleve la muerte», es algo muy serio para nuestro inconsciente. Nuestro inconsciente mata incluso por bagatelas: como la antigua legislación ateniense de Dracón, para los delitos no conoce otro castigo que la muerte. Y esto tiene ciertas consecuencias, porque cualquier daño de nuestro yo omnipotente y presumido es en el fondo un crimen laesae maiestatis.

Es una verdadera suerte que todos estos malos deseos no tengan poder. De otro modo el género humano se hubiese extinguido hace mucho y ni los mejores y más sabios entre los hombres, ni las más bellas y amables entre las mujeres se hubiesen salvado. No nos equivoquemos tampoco en eso, aún somos los mismos asesinos que fueron nuestros antepasados en tiempos primitivos.

Resumamos ahora: nuestro inconsciente es tan inaccesible para la idea de la propia muerte, tan deseoso de matar frente a un extraño, tan ambivalente hacia la persona amada como el hombre prehistórico. ¡Pero cuánto nos hemos alejado de este estado primitivo con nuestra posición cultural frente a la muerte?

Mientras siguen siendo tan grandes las diferencias entre las condiciones de existencia de los pueblos y la aversión entre ellos, seguirán produciéndose guerras a la fuerza. Aquí se impone entonces una pregunta: ¿No deberíamos ser aquellos que ceden y que se ajustan a ella? ¿No deberíamos reconocer que con nuestra posición cultural ante la muerte hemos vivido psicológicamente por encima de nuestro estado?

¿No deberíamos darnos la vuelta para retar la verdad? ¿No seria mejor ofrecerle a la muerte el lugar que le corresponde en la realidad y en nuestros pensamientos y poner un poco más al descubierto nuestra relación inconsciente con la muerte, hasta ahora tan cuidadosamente reprimida? No puedo invitarles a ello como a un trabajo de nivel superior, porque de hecho es un paso atrás, una regresión. Pero seguramente contribuirá a hacernos la vida nuevamente soportable y soportar la vida es el primer deber de todo lo viviente. En el bachillerato escuchamos un proverbio político de los antiguos romanos que reza: Si vis pacem, para bellum. Si quieres conservar la paz, ármate para la guerra. Podríamos modificarlo para nuestras necesidades del presente: Si vis vitam, para mortem. Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.


Las cenizas de Freud se encuentra dentro de una vasija de la Grecia antigua, cuyo origen se remonta al año 300 antes de Cristo y que Maria Bonaparte le regalo a Freud. Pues bien, en este mes de enero, en Londres ha tratado de robar esta urna que se exhibía en un cementerio al norte de la ciudad.

El psicoanalista Fromm decía que existian dos orientaciones fundamentales en la especie humana; una por la vida, que nombro Biofilia, otra por la muerte. En la biofilia se despliega una orientación productiva, movida por la atracción de la vida y de la alegría; el esfuerzo moral consiste en fortalecer la parte de uno mismo amante de la vida. En la necrofilia el individuo ama todo lo que no crece, todo lo que es mecánico. La persona necrófila es movida por el deseo de convertir lo orgánico en inorgánico, de mirar la vida mecánicamente, como si todas las personas vivientes fuesen cosas. El necrófilo vive mecánicamente. Tiende a querer controlar la vida, a hacerla de cierto modo predecible. Erich Fromm decia: que la única seguridad de la vida es la muerte para el necrófilo.


Para el propósito de este robo, se dio la circunstancia de que dos necrofilias se reunieron, una que exhibía la urna, dejando atrás, eso de que los muertos descasen y la otra, la de quien intento robar la urna con las cenizas. Necrofilias de nuestras sociedad industrial, que se muestran en la tala de arboles, en la contaminación, en el thanatos ecológico, en las ciudades llenas de concreto y acero; deshumanizadas, orientadas al consumismo, indiferentes al mal trato a las personas y a los animales. Sociedades vueltas a la vacuidad y  al narcisismo.

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